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sábado, 9 de febrero de 2013

El Apollo de Harlem: música para la libertad


.- Cualquiera de las formas de la cultura popular americana están vinculadas con este teatro, ya sea por su carácter pionero o por su excelencia.

En el reparto de atribuciones que la mitología clásica asignó a cada unos de los miembros de su panteón de dioses, la música le tocó al polifacético Apolo, celebrado también por sus dotes proféticas. Y aunque desde Delfos hasta Harlem hay un buen trecho de historia, el teatro Apollo de la calle 125 —entre las Avenidas Séptima y Octava de Nueva York— sirve desde hace casi un siglo como indiscutible oráculo de la música negra en Estados Unidos. Fue el escaparate donde artistas afro-americanos, entonces ciudadanos de segunda en la calle, demostraban su excelencia casi desde el mismo momento en que abrían la boca, empezaban a moverse o hacían sonar las primeras notas.

            Al igual que otros escenarios míticos —el Despacho Oval, por ejemplo— el Apollo tiende a defraudar por cuestiones de tamaño y apariencia. Pero su leyenda suple con creces cualquier carencia. Construido en 1914 en un estilo neo-clásico, fue dedicado originalmente a espectáculos muy ligeros, tanto en contenidos como en ropa. Y aunque Harlem era ya una barriada notoriamente negra en Nueva York, el establecimiento permanecía estrictamente segregado. No se permitía el acceso de ningún negro, ni en calidad de espectador ni tampoco como estrella.

            Tras varios propietarios, y una efectiva campaña de Fiorello La Guardia —que llegaría a alcalde de Nueva York— contra las inmoralidades públicas, el establecimiento conocido como el teatro de Hurtig & Seamon tuvo que cerrar sus puertas. Hasta que reconvertido ya en el «Apollo Theater», volvió a operar en enero de 1934 sin discriminación racial. El primer espectáculo fue «Jazz a la carta», con la orquesta del trompetista Benny Carter, la cantante Aida Ward y Ralph Cooper como maestro de ceremonias.

            Desde aquel momento, el Apollo y su exigente audiencia se constituyeron en una parada obligada para el quién es quién de la música negra en Estados Unidos. Y por él desfilaron desde Louis Armstrong a Ray Charles pasando por las Supremas o James Brown. Éste último con el particular mérito de haber retornado en diciembre de 2006 dentro un dorado ataúd-bombonera para un inolvidable velorio. Fiel a su genio y figura, el hombre más trabajador del «showbusiness» iba ataviado para su luctuosa ocasión con un brillante traje azul, guantes blancos y zapatos plateados.

            A lo largo de su trayectoria, el Apollo ha encontrado acomodo para toda clase de entretenimiento y géneros musicales. Ha sido laboratorio de comediantes, lugar de exhibición de baile, escenario para grandes bandas, swing, jazz, rock 'n' roll, soul, hip hop y mucho más, incluidas míticas grabaciones en directo. Ted Fox, autor de «Showtime at the Apollo», lo explica así: «Cualquiera de las formas de la cultura popular que disfrutamos en la actualidad están vinculadas con ese teatro. Ya sea por ser el lugar donde se hizo por primera vez o donde se hizo mejor».

            Entre ese legado también figura el mérito de haber organizado sus propias «operaciones triunfo» retransmitidas por radio. En las noches de los miércoles dedicadas a los «amateurs» durante buena parte de su historia, el teatro Apollo ayudó a descubrir la genialidad de Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Thelonious Monk, Sarah Vaughn o Jimi Hendrix. Con el ritual de un personaje, llamado primero «porto rico» y después simplemente «el verdugo», encargado de despachar a los aspirantes que no pasaban la criba del público.

            En los cincuenta, durante la génesis del rock, se supone que un joven Elvis Presley tuvo oportunidad de asistir como espectador a alguna de las funciones del teatro Apollo. Algunos piensan que allí es donde se encontró con su pelvis. Y en 1967, un niño de nueve años llamado Michael debutó con sus hermanos, los «Jackson Five», para firmar al poco tiempo su primer contrato con Motown Records.

            La brutal crisis que sufrió Nueva York en la década de los setenta obligó temporalmente a su cierre. Pero renovado y convertido en monumento nacional, el Apollo sigue como una fundación sin ánimo de lucro. Su aforo se limita a 1.500 butacas pero está considerado como la meca del «crossover» cultural. Es decir, un talento con fuerza suficiente como para trascender audiencias específicas, al estilo del mitin que en 2007 ofreció allí el entonces candidato presidencial Barack Obama.

El árbol de la esperanza:

Durante las veladas del Apollo para nuevos talentos se puede observar un pedazo de tronco sobre el escenario. Se trata de una reliquia procedente de un árbol de Harlem cuya sombra propiciaba buena fortuna artística. Pero con la ampliación de la Séptima Avenida en 1934, el árbol tuvo que ser eliminado con excepción de ese acariciado fragmento.

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