PORTUGAL, TAN CERCA Y TAN INTERVENIDA (Mayo 2012)
.- Al cumplirse un año de su rescate por valor de 78.000 millones de euros, la economía portuguesa se ha convertido en un enfermo ejemplar que no mejora.
En Portugal, cuando hablan del MoU, no se están refiriendo a su célebre compatriota en el Real Madrid. El MoU (Memorandum of Understanding on specific economic policy conditionality) es la última palabra que rige sobre la vida económica de este país de 10,6 millones de habitantes con tendencia a cambios radicales cuando el calendario llega al mes de abril. En abril de 1974, la democracia vino con la revolución de los claveles. Y en abril de 2011, el gobierno socialista del primer ministro José Sócrates -al no prosperar su cuarto intento de ajuste y dispararse el interés de sus bonos a diez años hasta un prohibitivo 8,54%- se vio obligado a plantear una dramática solicitud de rescate a la Unión Europea, siguiendo los pasos de Irlanda y Grecia.
Al mes siguiente, esa petición de ayuda se materializó en un "bailout" por valor de 78.000 millones de euros. Capital con un interés en torno al 4%, entregado a plazos y condicionado a toda una letanía de profundas y dolorosas reformas dictadas por el MoU. La letra pequeña para poner en orden las finazas de Portugal y poder retornar a los mercados en septiembre de 2013 está a cargo de la troika formada por el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, cuyos representantes periódicamente descienden hasta Lisboa en misión fiscalizadora.
Precisamente esta semana ha empezado una de esas inspecciones. La cuarta en el plazo de un año desde que los portugueses viven "troikados". Esta especie de auditoria de compromisos supone el despliegue durante dos semanas de un destacamento de jóvenes técnicos con ordenadores portátiles en busca de cifras, plazos y documentos. Mientras, tres altos funcionarios se encargan de los contactos a nivel político: Abebe Selassie (FMI), Jürgen Kröger (Comisión Europea) y Rasmus Rüffer (BCE).
"En otros países, se les habría recibido con protestas en el mismo aeropuerto pero nuestro carácter no es así, nosotros no somos como ustedes los españoles" explica el sociólogo Jorge de Sá que desde hace años mide con sondeos mensuales cómo evoluciona la opinión pública portuguesa. Como mucho, hay comentarios molestos si trasciende como, en ocasiones anteriores, que los de la troika han sido agasajados en un restaurante de lujo.
Nicolau Santos, periodista económico y director adjunto del prestigioso semanario "Expresso", habla de una "desesperación silenciosa" ante las limitadas protestas registradas en Portugal durante este año de rescate, elecciones, cambio de gobierno y forzado ajuste. Según argumenta João Cantiga Esteves, uno de los economistas más divulgativos sobre la crisis portuguesa, existe un consenso social tácito de que la troika es "una ayuda necesaria, una oportunidad" para sacar adelante todas las reformas que sucesivos gobiernos han sido incapaces de materializar.
Este conformismo no significa que durante el último año Portugal no haya acumulado motivos de sobra para cantar su fado más triste. La vida diaria se ha visto impactada directamente por la "austeridade" y los recortes dictados por la troika para reducir un déficit público que en 2010 superó el 9% del PIB portugués y que este año debe llegar al 4,5%. "Hemos pasado de las tijeras a la motosierra", comenta una joven envidiablemente políglota en la Plaza del Rossio de Lisboa.
A pesar de partir de niveles de retribución salarial más bajos -los "mileuristas" de España a este lado de raya con suerte son "560euristas"- los sacrificios no han hecho más que agolparse desde que el pasado diciembre, el gobierno decidiese aplicar un impuesto especial del 50 por ciento sobre la paga extraordinaria de Navidad de todos aquellos portugueses con ingresos superiores a 485 euros mensuales, el equivalente al salario mínimo. Desde ese momento, la crisis y el ajuste dejó de ser algo teórico.
La multiplicada carga fiscal que sufren los portugueses supone, por ejemplo, que el gas natural y la electricidad han pasado de tener un IVA del 6% al 23%. El mismo 23% también aplicado a parte de la cesta compra. Lo que explica los enfrentamientos y el colapso sufrido por los 360 supermercados de la cadena Pingo Doce, cuando el pasado primero de mayo ofreció un descuento especial del 50% para compras superiores a los 100 euros.
De la voracidad recaudadora alentada por la troika no se ha salvado la sanidad pública con una multiplicación en el monto de los copagos: una consulta con el médico de familia en un centro de salud ha pasado de costar 2,25 euros a 5 euros; los servicios de enfermería, 3 euros; un especialista, 10 euros; visita de urgencias, 20 euros, que pueden llegar a 50 euros si se requieren múltiples pruebas de diagnóstico. Además, no faltan sugerencias de que ante el número de impagos por servicios sanitarios, pese a las exenciones para embarazadas o enfermos crónicos, se empiece a cobrar por adelantado.
De los recortes tampoco se han librado ni el medio millón de funcionarios portugueses, empezando por la eliminación de altos cargos; ni la educación pública, con la paradoja de no poder sostener la significativa inversión ya realizada en modernas instalaciones; ni tampoco los transportes públicos, lastrados por su propia y cuantiosa deuda. Para hacerse una idea, el precio de un billete sencillo en el típico tranvía amarillo requerido para enfrentarse a las endiabladas cuestas de Lisboa, se ha visto incrementado hasta llegar a los 2,85 euros.
Aunque los términos del rescate fueron negociados con la troika por el dimisionario gobierno socialista, su implementación corre a cargo del nuevo gabinete presidido por el primer ministro Pedro Passos Coelho. Se trata del gobierno portugués más joven y más reducido desde la revolución de los claveles. Con 4 de sus 11 ministros sin afiliación política, empezando por el titular de finanzas Vitor Gaspar que esta primavera ha confirmado que jubilados y funcionarios tendrán que esperar por lo menos hasta 2018 para recuperar íntegramente sus pagas extras de Navidad y verano actualmente suprimidas.
El sociadelmócrata Passos Coelho, entre otras cosas conocido por su voz de barítono, cuenta con el respaldo de los conservadores del Partido Popular en el Palacio de São Bento, la sede neoclásico del parlamento portugués flanqueada por leones menos rampantes que los de la Carrera de San Jerónimo. Los críticos del gobierno insisten en que están siendo "más troikistas que la troika", al intentar acelerar el ritmo y calado del ajuste requerido. El nuevo primer ministro incluso ha llegado a decir a sus compatriotas que no sean "piegas" (blandos, quejicas).
Por ahora, la única pretensión de la troika rechazada por el gobierno portugués ha sido rebajar la Tasa Única Social, la aportación de las empresas a las arcas de la seguridad social portuguesa por cada trabajador. Por lo demás, en las periódicas revisiones sobre la aplicación del MoU, el gabinete de Passos Coelho ha obtenido las mejores calificaciones. Aunque la condición de Portugal de ser un paciente ejemplar forma parte del gran debate en Europa sobre los límites de la austeridad.
A pesar de haber hecho todo lo requerido, la economía lusa permanece en estado crítico. Para este año, se espera un retroceso del PIB de entre un 3,1 a un 3,5 por ciento. Con una tasa de desempleo sin precedentes superior al 15%, que para los jóvenes sobrepasa el 36%. La relación entre deuda y el PIB portugués era de un 107 % cuando fue empezó el rescate pero a este ritmo llegará a un 118% cuando termine en septiembre de 2013.
Con un desfile de gráficos y datos almacenados en su ordenador portátil, el profesor Cantiga Esteves argumenta que los problemas de Portugal son diferentes al descalabro bancario de Irlanda o las mentiras de Grecia sobre su deuda. En el caso portugués, la clave es que "nuestra economía durante la última década creció a una media anual del 0,7 %, y todo el consumo público y privado se ha apalancado en un endeudamiento insostenible". A su juicio, es la hora de perseverar porque "no nos podemos seguir gastando el dinero que no tenemos, debemos cambiar y desgraciadamente en economía no hay soluciones de un día para otro".
Ante la polémica del enfermo ejemplar y la necesidad de un segundo rescate, el sociólogo Jorge de Sá insiste con la ironía característica de sus compatriotas: "¿Dígame usted por favor cuándo el Fondo Monetario Internacional ha curado algo a una democracia?". Nicola Santos, el director adjunto de "Expresso", es de los que cree que una segunda intervención es algo muy difícil de evitar: "Necesitamos más tiempo, más dinero y mejores condiciones".
João, vente para Angola
Es la hora de comer en Lisboa pero en la llamativa cola formada ante el Consulado General de Angola nada hace pensar en bacalhau y vinho verde. Todavía hay más de cien personas que no están esperando precisamente para tramitar visados de turista. La mayoría son blancos dispuestos a ganarse la vida a seis mil kilómetros de casa. La espera burocrática ilustra el mundo al revés impuesto por la crisis de la deuda europea. Ahora, cualquier noción de oportunidad y prosperidad en Portugal pasa por lugares como su antigua colonia en la costa atlántica de África.
"Angola siempre fue muy rica y ahora con el petróleo, ni le cuento" explica Martín Ferreira, quien a sus 71 años todavía hace de taxista. Él fue de aquellos que, durante la dictadura salazarista, tuvo que cumplir casi tres años de servicio militar y fue destinado en Angola: "En Luanda la cosa estaba tranquila, pero fuera de la capital, las emboscadas estaban a la orden del día. Cuando terminé, me quedé un tiempo trabajando en la construcción de carreteras pero nunca me adapté y en cuanto pude marché para Alemania". Y ahora, su hijo, de profesión informático, también está pensando marcharse.
Tras lograr su independencia en 1975, y superar tres décadas de una sangrienta guerra civil, Angola se ha convertido desde 2010 en el mayor exportador de petróleo de África. Con miles de millones de dólares en el bolsillo, literalmente todo por hacer y la estabilidad lograda por su presidente casi vitalicio José Eduardo dos Santos, cientos de empresas portuguesas -empezando por bancos y constructoras- intentan allí dar esquinazo a la ruina.
Es verdad que Portugal tiene una enorme tradición de inmigración. Como dice con socarronería el taxista Ferreira, "si en la Luna puede que haya gallegos es porque los portugueses se fueron a Marte". Según destaca el sociólogo Jorge de Sá, se están marchando sobre todo jóvenes con formación y trabajadores cualificados, lo cual supone una perjudicial fuga de talento. Como profesor universitario, él certifica que "no hace tanto, mis alumnos tenían trabajo antes de terminar la carrera pero ahora el desempleo juvenil es tan grave, que sus esperanzas laborales pasan por Angola, Mozambique, Brasil y otros destinos en Europa".
Nicolau Santos, director adjunto del semanario "Expresso", habla de algo bastante cercano: "Mi hijo, sin ir más lejos, es ingeniero electrónico por una de las mejores universidades portuguesas y este verano se marcha para California. Una mentalidad de
escapar que es compartida por todos sus amigos y mucha otra gente. Con el agravante de que esta vez se van de Portugal los mejores preparados".
VIVIR "TROIKADOS"
El ajuste ha significado un doloroso aumento de la presión fiscal en Portugal, desde la creación de nuevos impuestos hasta una dolorosa subida del IVA que en su tramo más alto llega al 23% y afecta tanto la cesta de la compra como restaurantes.
.- COPAGO SANITARIO
La mala salud cada vez es más cara en Portugal, empezando por los 5 euros que hay que pagar por visitar al médico de cabecera. Las nuevas cargas incluyen desde 20 euros por ser atendido en urgencias a los 36,50 euros del transporte de enfermos.
.- RECORTES
Un 20% de recortes en el gasto público, con reducciones similares en salarios privados. Salvo mínimas excepciones, congelación de la plantilla de funcionarios. El ajuste también afecta a educación, menos maestros y consolidación de escuelas.
.- REFORMA LABORAL
Flexibilización de jornadas, menos vacaciones y facilidades para el despido como por ejemplo, la "inadaptación" al puesto de trabajo. Las indemnizaciones quedan reducidas a 20 días por año trabajado con un máximo de 12 retribuciones..
.- TRANSPORTE PÚBLICO
Los sistemas de transporte público en Portugal arrastran una ingente deuda y se han visto obligados a subir tarifas y reducir servicios. Irónicamente, la crisis ha reducido visiblemente los problemas de tráfico en ciudades como Lisboa.
.- SIN PAGAS EXTRA
Todos los trabajadores y jubilados se quedaron las pasadas Navidades sin la mitad de su extra. Medida prolongada y aumentada para funcionarios y pensionista por encima de los 1.000 euros al mes, que este año y el que viene no tendrá ninguna extra.
.- PRIVATIZACIONES
Junto a subidas en suministros básicos como luz y agua, el gobierno de Portugal está aplicando un programa de privatizaciones. Desde el sector energético a las grandes infraestructuras pasando por la compañía de bandera TAP.
En Hungría, es muy probable que cualquier comida que se precie arranque con al menos una copa de Pálinka. La hospitalidad magiar tiende a materializarse en ese aguardiente de frutas, servido frío y en delicadas copas de cristal, cuya apreciada calidad no pasa grandes facturas al día siguiente. Aunque otra cosa es la monumental y colectiva resaca -tanto económica como política- que sufre este país de diez millones de habitantes en el corazón de Europa, famoso por sus revoluciones.
HUNGRÍA, EL PAÍS DEL AJUSTE (Abril 2012)
.- Deudas, reformas, un pulso constante con Bruselas y el auge de la extrema derecha se combinan en el nuevo gulash húngaro
Mucho antes que Grecia, Irlanda, Portugal o Islandia, Hungría se vio desbordada por sus deudas y en octubre del 2008 tuvo que solicitar la ayuda del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo. A la catástrofe financiera se sumó dos años después un terremoto político. Desde el final del comunismo en 1989, la política húngara había estado dominada por socialistas y liberales en diversos gobiernos de coalición. Hasta que en abril del 2010, Viktor Orbán y su partido conservador Fidesz se vieron respaldados con una inaudita súper-mayoría de dos tercios en el Parlamento de Budapest.
La embajadora Enikő Győri, secretaria de Estado a cargo de las relaciones con la Unión Europea, no tiene problemas en reconocer que durante los dos últimos años de revolución conservadora, su país "ha aparecido en los titulares de la Prensa mucho más de lo que me gustaría". Con insistencia en que la situación heredada por el primer ministro Orbán era desesperada en múltiples frentes lo que ha obligado "a hacer las cosas muy deprisa con un inevitable porcentaje mayor de errores aunque no exista ninguna duda sobre la legitimidad de las decisiones adoptadas".
El aluvión de reformas protagonizadas por los conservadores de Fidesz incluye una nueva Constitución -que asume abiertamente valores cristianos- y más de trescientas leyes en menos de un año. Además de un ajuste sin precedentes en la historia post-comunista. Para empezar se ha reducido la burocracia gubernamental a ocho ministerios. Como presume Zsolt Németh, secretario de Estado para Asuntos Parlamentarios, se ha conseguido "reducir la clase política a la mitad". Y también se ha hecho un esfuerzo para solucionar el gran pufo inmobiliario de Hungría: un tercio de las hipotecas estaban fijadas en divisas y se habían convertido en una trampa crediticia insuperable con la moneda local, el florín. El coste de ese saneamiento ha sido costeado dos tercios por la bancos y el resto con fondos públicos.
En un decadente salón del Ministerio de Economía Nacional, el secretario de Estado Zoltán Cséfalvay explica los detalles de todos esos cambios necesarios pero dolorosos. Las paredes están decoradas con trofeos de caza y un gran mapa de Hungría antes de que en el Tratado de Versalles pediese el equivalente a dos tercios de su territorio y un tercio de su población. En un persuasivo inglés con acento británico, Cséfalvay confirma que su país no tiene mucho margen de maniobra.
El antes y después de Hungría incluye una drástica reforma laboral dominada por el principio de flexibilidad, reducción del seguro de desempleo, eliminación de privilegiadas pensiones anticipadas y controles mucho más estrictos sobre el llamativo número de incapacidades laborales al estilo italiano acumuladas por los húngaros. Además de una profunda reforma fiscal que implica un impuesto sobre la renta de tasa única (el "flat tax" con el que sueñan algunos conservadores americanos). Como explica el secretario de Estado de Economía, la idea "es no castigar a los que quieren trabajar". Es decir, que todos los contribuyentes húngaros pagarán a partir del año que viene un 16 %, con independencia de sus ingresos. Mientras que la fiscalidad de las empresas queda fijada en un 19 %, con una rebaja al 10 % para pequeños y medianos negocios.
A pesar de una deuda de más del 82 % de su PIB y una tasa de paro superior al 10 %, el gobierno de Orbán no ha dudado en prescindir de las ayudas y condiciones del FMI pero para cuadrar las cuentas se han establecido impuestos especiales sobre sectores como la banca, el comercio, la energía y las telecomunicaciones. También se ha transferido una parte de los fondos de pensiones privados a las arcas públicas. Aunque según Zoltán Cséfalvay, el reto de poner orden en las arcas públicas de Hungría no es comparable al de otros países europeos en peor situación como España. Ya que ellos están hablando de una diferencia con la Comisión Europea en materia de déficit equivalente a un 0,5 % de su PIB.
El gran problema es que pese a todos estos esfuerzos por parte de Hungría, sus socios de la Unión Europea no se lo terminan de creer. Y por primera vez, Bruselas ha decido aplicar un castigo ejemplar: si el gobierno de Orbán no pone coto de forma convincente sus números rojos para el próximo mes de junio, el año que viene se arriesga a quedarse sin ayudas comunitarias por un valor de casi 500 millones de euros. Decisión que en Budapest ha disparado las quejas de un doble rasero en beneficio de otros países como España. Como reconoce irónicamente la embajadora Győri, "nunca he visto por aquí tanto interés en cuestiones económicas españolas".
Con todo, la bronca con Europa es tan empinada como la cuesta por la que sube el funicular hasta el castillo de Buda. Y es que la Comisión Europea también viene cuestionando la "calidad democrática" de algunas de las reformas acometidas por el partido Fidesz. Las alarmas han saltado en Bruselas con respecto a cuestiones tan delicadas como la independencia del banco central húngaro, la independencia del poder judicial, la protección de información privada en bases de datos y nuevas regulaciones sobre medios de comunicación. En todos esos enfrentamientos, además de multiplicadas quejas sobre un doble rasero en detrimento de Hungría, los conservadores de Orbán han demostrado propósito de enmienda más interesada que sincera.
András Stumpf, periodista del semanario "Heti Válasz", explica como todo este forzado baile de quejas y rectificaciones es producto de la precaria situación económica. La deuda pública de Hungría tiene la categoría de bonos basura y al gobierno le cuesta muchísimo encontrar financiación en los mercados. Para abaratar costes, quisiera negociar una línea de crédito para contingencias con el FMI, acuerdo que debe contar con el visto bueno de Bruselas. Y según Stumpf, "la clave es que necesitan un poco de dinero y se lo están haciendo pagar muy caro".
En su tienda de moda en el centro de Budapest, Erika Varga enseña sus últimos diseños de ropa y joyería especialmente coloridos. Ella forma parte de los roma, los gitanos de Hungría. Son unos 800.000 y la mayoría vive en condiciones de extrema pobreza a pesar de reiterados esfuerzos de integración, desde subvenciones multimillonarias a facilidades para conseguir representación parlamentaria. Encuestas realizadas por el Instituto Tom Lantos confirman la enorme desconfianza que los roma generan en la sociedad húngara.
De hecho, no faltan formaciones de extrema derecha sin reparos a la hora de capitalizar y explotar estos resentimientos. Todo este inquietante frente nacionalista se encuentra encabezado por Jobbik (Movimiento para una mejor Hungría). Tras haber conseguido representación parlamentaria por primera vez en las elecciones del 2010, los últimos sondeos elaborados por la consultora Nézőpont Intézet atribuyen en estos momentos a Jobbik una intención de voto del 20 por ciento.
En la espectacular sede del Parlamento de Hungría, a orillas del Danubio, no se puede fumar. Aunque en las ventanas se pueden observar como vestigio decimonónico ceniceros especiales para "aparcar" puros durante los plenos. Los grandes debates se medían porque los habanos más caros quedaban abandonados al no poder competir con los mejores ejercicios de oratoria. Pero los tiempos han cambiado definitivamente en detrimento de la retórica. Según Zsolt Németh, secretario de Estado para Asuntos Parlamentarios, ahora en Hungría "queremos ser más grises".
El 60 de la Avenida Andrássy, Budapest
.- Hungría intenta reconciliar su dolorosa historia (fascismo y comunismo) con un museo en el centro de su capital tan poco conocido como impactante: la Casa del Terror
La Avenida Andrássy es una de las calles más espectaculares de Budapest. Flanqueada por elegantes construcciones y árboles, conecta el centro de la ciudad con la Plaza de los Héroes. Su nombre se debe a un estadista del imperio austro-húngaro: el conde Julius Andrássy. Y a la altura del número 60 se encuentra un esplendido edificio de estilo neo-renacentista con un legado siniestro. Por una de esas coincidencias de la crueldad inmobiliaria, la misma propiedad fue utilizada para hacer posible la dolorosa historia de Hungría en el siglo XX. Un país devastado durante la Segunda Guerra Mundial y «reocupado» por la Unión Soviética tras la fallida revolución de 1956.
Los fascistas de la Cruz Flechada y los comunistas utilizaron por turnos ese inmueble como cuartel general para su coerción. El líder de los nazis húngaros, Ferenc Szálasi, con ironía sangrienta bautizó la céntrica propiedad como «casa de la lealtad». Cuando los «camisas verdes» se hicieron con el poder en el invierno de 1944, el depósito de carbón del sótano sirvió para martirizar a cientos de personas. Mientras afuera se fusilaba a judíos, arrojando sus cadáveres a las aguas medio congeladas del Danubio.
La entrada del Ejército Rojo en Budapest no fue más que un punto y seguido para las atrocidades perpetradas en el número 60 de la Avenida Andrássy. Los comunistas húngaros se apresuraron a ocupar el edificio como sede para su policía secreta. A pesar de sus diferentes siglas (PRO, ÁVO y ÁVH), esa maquinaria represiva estuvo siempre a cargo de Gábor Péter, sastre de profesión y terrorista de vocación. Para satisfacer sus crecientes necesidades, se construyó un laberinto de celdas y una cámara de tortura. Tras días y días de interrogatorios brutales, los supervivientes confesaban cualquier cosa.
Hace una década, el inmueble fue finalmente convertido en un museo con un nombre como de atracción de feria: la Casa del Terror (Terror Háza). Pero aquí no hay nada de sustos entretenidos sino un esfuerzo por contar esta sobredosis de terror y sufrimiento Para bajar hasta el sótano, hay que tomar un ascensor deliberadamente lento con un video que explica detalladamente el proceso de ejecuciones por ahorcamiento que culminaban con la frase: «Camarada fiscal, se confirma la muerte clínica». En la fachada principal, una larga repisa con fotos y velas recuerda a las víctimas.
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