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martes, 5 de febrero de 2013

Monte Rushmore: el valle de los presidentes



.- Entre las colinas negras de Dakota del Sur, el enorme patriotismo de EE.UU. se refleja en los rostros de Washington, Jefferson, Lincoln y Theodore Roosevelt.


Podrían haber sido héroes del  Lejano Oeste como los exploradores Lewis y Clark o el «showman» Búfalo Bill Cody. Pero puestos a hacer las cosas a lo grande optaron por un monumento mucho más ambicioso en términos de patriotismo. El resultado se levanta entre las colinas negras de Dakota del Sur. Son cuatro «pesos pesados» de la historia de Estados Unidos esculpidos en el Monte Rushmore, lugar con una reputación de icono americano sólo rivalizada por la Estatua de la Libertad en Nueva York.

            La pista de estos gigantes de granito se remonta a 1923 y como muchas cosas tan genuinamente americanas, el marketing impulsó una idea original. En su empeño de promocionar Dakota del Sur, el historiador Duane Robinson se puso en contacto con el escultor Gutzon Borglum, acreditado por su trabajo con los héroes de la Confederación en Stone Mountain, Georgia. El plan inicial pasaba por aprovechar unos salientes naturales, las «Agujas», para inmortalizar unas cuantas estrellas de la conquista del Oeste. Pero Borglum tuvo una inspiración irresistible.


            El escultor de origen danés se decantó por la cercana montaña bautizada en honor de Charles E. Rushmore, prominente abogado y empresario de Nueva York. Y en la cima se empeñó en esculpir un cuarteto difícilmente discutible de grandes presidentes: George Washington, el padre de la patria; Thomas Jefferson, el ideólogo; Abraham Lincoln, el salvador de la Unión; y Theodore Roosevelt, pionero de lo que se espera de los ocupantes de la Casa Blanca en los tiempos modernos.

            Gutzon Borglum empezó a trabajar en 1927, a la edad en que otros se jubilan: sesenta años. Y falleció 14 años después, en números rojos y la mala suerte de no haber llegado a ver, por muy poco, su obra inaugurada. El mal tiempo y la falta de fondos dificultaron su creación. Con la ayuda de centenares de mineros y mucha dinamita, hubo que remover medio millón de toneladas de roca para llegar hasta el granito más proclive a dejarse esculpir con especiales martillos hidráulicos.

            Gracias a una esforzada combinación de arte e ingeniería, cada una de las figuras mide unos 18 metros desde el mentón hasta la coronilla. De todos los gigantes completados por su hijo, el patriarca Borglum tenía debilidad por Lincoln, con su nariz de cinco metros y un lunar de 40 centímetros de diámetro. Pero, a pesar de que Hitchcock y Cary Grant se esforzaron en alimentar la mitomanía, nunca llueven los monumentos a gusto de todos.

            Y es que las colinas negras de Dakota del Sur son tierra conquistada a los nativos, que consideraban esa región como su jardín del Edén hasta que en 1874 se contagió la fiebre del oro. Con tratados incumplidos de por medio, guerras y expulsiones, a los indios no les gustó que solamente los rostros pálidos quedasen consagrados en el lugar de peregrinaje de sus ancestros. Por eso en 1939, los sioux se empeñaron en empezar a construir una especie de réplica todavía más monumental en las cercanías del Monte Rushmore.

            La alternativa inacabada quiere transformar tona una montaña —Thunderhead Mountain— en una imagen ecuestre del guerrero Caballo Loco con más envergadura que la mayor de las pirámides de Egipto. Las obras empezaron en 1948 bajo la dirección de Korczak Ziolkowski. El escultor falleció en 1982 pero su familia sigue con el proyecto, rechazando cualquier tipo de subvención oficial. Quizá acaben dentro de medio siglo. Aunque lo que ya es un hecho es que, tanto los pieles rojas como sus conquistadores, comparten una misma debilidad muy americana: la obsesión por lo grande.

     No con mis orejas:

En su odisea electoral hacia la Casa Blanca, la campaña de Barack Obama llegó una noche hasta el Monte Rushmore, en mayo de 2008. Y ante la pregunta inevitable de si algún día se imaginaba inmortalizado allí arriba, respondió: "No creo que haya sitio para mis orejas".

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